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En tanto Cuba cambia, la política estadounidense revela sus intenciones históricas

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En el transcurso del año pasado, el gobierno cubano bajo la dirección de Raúl Castro instituyó una serie de reformas que han traído consigo profundas transformaciones económicas y políticas en la isla.

Con la promesa de desarrollar el socialismo del siglo XXI, esta reorganización ha comprendido la legalización de la venta de viviendas y autos, el desarrollo de un sector empresarial privado mediante la renta de tierras estatales a agricultores individuales y de cooperativas, y la flexibilización de varias regulaciones estatales. El gobierno continúa avanzando su plan de liberar a más de un millón de trabajadores de sus actividades en el sector público.

Algo más de 300,000 cubanos han pasado a trabajar al sector privado, ayudando así a crear una incipiente clase media y un cambio en el entramado social, en donde ya no se espera una dependencia del individuo en el estado para su bienestar económico. El cambio ha tenido lugar bajo el enfoque más pragmático del Presidente Raúl Castro de la forma en que debe funcionar la economía, al afirmar que Cuba no puede ser el único país del mundo en donde no haya que trabajar para ganarse la vida, y de que el gobierno no puede dedicarse a hacer zapatos. En apoyo de las reformas económicas, los funcionarios han promovido el desarrollo de pequeños préstamos y el establecimiento de puntos de ventas mayoristas para asistir a quienes inician un negocio privado.

Ninguna reforma ha recibido una reacción tan significativa como el reciente anuncio de eliminar las ampliamente impopulares imposiciones burocráticas para quienes desean viajar fuera del país. Los ciudadanos cubanos ya no tendrán que solicitar los permisos de tarjeta blanca, ni gestionar una carta de invitación de un extranjero. La novedad es la flexibilidad para permanecer hasta dos años fuera del país sin perder los derechos de ciudadanía. Incluso Yoani Sánchez, la bloguera antigubernamental reconocida internacionalmente, se le ha concedido el permiso de salida del país para realizar una gira mundial. Yoani, cuyo blog “Generación Y” ha cosechado la atención mundial y premios, ha recibido diversas respuestas de ambos extremos del espectro por su apoyo condicional al fin del embargo y sus mesuradas críticas hacia la política estadounidense contra su país.

Tras la reciente expansión económica, en febrero se anunció los límites de tiempo para el cargo presidencial. El propio Raúl Castro declaró que abandonará el cargo dentro de cinco años, marcando así la primera ocasión en que ninguno de los dos hermanos ocupará la dirección de la Revolución. Reconociendo la necesidad de pasarle las riendas del poder a la nueva generación, Miguel Díaz-Canet, de 52 años, fue nombrado Primer Vicepresidente y sucesor directo de Raúl. A pesar del avance hacia el traspaso de las riendas del poder a la nueva dirigencia, los críticos siguen preocupados por lo que declaran como la continuación de las restricciones civiles, incluyendo el acoso a disidentes tales como las Damas de Blanco. En el 2003, este grupo se organizó para protestar por el arresto de 75 disidentes, muchos de los cuáles eran los esposos de las damas. La acción tuvo lugar durante un período particularmente tenso entre ambos países, en donde La Habana afirmó que los arrestados estaban recibiendo ayuda financiera y material de la Sección de Intereses de los Estados Unidos con el fin de apoyar los objetivos de la política estadounidense de cambiar el régimen. Los dirigentes de las Damas de Blanco, de quienes existen denuncias de haber recibido abusos públicos y físicos durante sus marchas de protesta, han admitido haber aceptado fondos de la Sección de Intereses como único medio para desafiar a su gobierno.

El cambio se ha extendido por toda esta nueva Cuba al tiempo que, en marcado contraste, el inmovilismo continúa siendo el rasgo consistente en la política estadounidense. De manera no inesperada, dada la historia de hostilidad hacia la Revolución Cubana, no debe resultar una sorpresa que la reacción estadounidense siga siendo restarle importancia o negar la profundidad y la importancia de las actuales reformas.

¿Por qué persiste esta estrategia, no solo ante décadas de fracaso, sino también más agudamente ahora que el cambio en Cuba resulta tan obvio? ¿Por qué la fuerza que sostiene la política estadounidense resulta de un dominio tan intransigente, tan férreo, y tan inflexible?

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La falta de una señal alentadora por parte de Washington debe ser considerada como totalmente intencional. El asedio contra Cuba, que data ya de más de medio siglo, tiene nada que ver con lo que el gobierno de Castro ha hecho o ha dejado de hacer, sino con lo que en esencia es. El asedio está basado en la exterminación y no en el reconocimiento. Dicha exterminación es practicada a través del castigo económico mediante la imposición y la propaganda implacables en apoyo de un amplio embargo, una larga y desconocida historia de terrorismo que ha matado a más de 3,500 ciudadanos cubanos, el aislamiento, y la aplicación de leyes extraterritoriales en contra de Cuba, la imposición de dificultades a la capacidad de la isla para llevar a cabo operaciones internacionales de negocios y bancarias de manera normal, y un comprometimiento histórico en inducir al régimen a instituir severos programas de seguridad nacional que han sido criticados por la restricción de libertades civiles.

Estos castigos han sido impuestos a la Cuba revolucionaria por su práctica del nacionalismo y el rechazo a la hegemonía estadounidense. Nada que el gobierno cubano haga, a menos que esto implique la total renuncia a estas condiciones, satisfará los propósitos de la política estadounidense. Por tanto, todo lo que los cubanos han hecho con el propósito, intencional o no, de satisfacer los requisitos estadounidenses para un compromiso han resultado en poco más de leves alteraciones al cerco de cincuenta años. La estrategia de los Estados Unidos continúa siendo cambiar continuamente las reglas del juego a fin de presentar argumentos plausibles para mantener la distancia. Existen abundantes ejemplos históricos de la oferta de promesas de acercamiento como recompensa por una conducta “adecuada.” En el pasado, los Estados Unidos expresaron que si Cuba detenía sus intentos de internacionalizar la revolución, tales como el apoyo a los movimientos y gobiernos marxistas y rebeldes en América Latina y África, pusieran fin a su asociación con la Unión Soviética, liberaran a todos los prisioneros políticos, y avanzaran hacia una economía más basada en el mercado entonces como resultado las relaciones mejorarían. Todos estos requisitos ya han sido cumplidos. Sin embargo, los principales elementos del cerco se mantienen firmes y en pie. Solo han tenido lugar algunas pequeñas modificaciones por parte de la administración de Obama, que les permiten a los cubano-americanos viajar de manera libre, así como el aumento en algunas licencias de viaje. Poco más se ha hecho, al tiempo que la administración estadounidense cita el caso del contratista Alan Gross, apresado por introducir equipos de comunicación ilegales de alta tecnología, para justificar el estancamiento de un mayor compromiso.

La terquedad de Washington es apoyada en círculos políticos y por los medios de comunicación a favor del embargo. En ningún otro aspecto esto ha sido más evidente que en la reacción a las recientes reformas. Una respuesta política típica provino de la representante republicana de Florida nacida en la isla, Ileana Ros-Lehtinen, quien desestimó la posibilidad de una Cuba sin la dirección de los Castro, al considerarlo una “estratagema” del gobierno para “intentar normalizar las relaciones con los Estados Unidos de manera prematura.” Sus comentarios fueron reseñados por el Miami Herald, que encabezó el llamado a rechazar un deshielo de las relaciones, describiendo las reformas en un editorial como “una vieja con colorete.”

Para que el raciocinio tenga alguna oportunidad de alterar la estrategia estadounidense, uno debe alejarse de los medios de comunicación y de los políticos, concentrándose más en las casetas electorales de la Florida en busca de señales alentadoras. A pesar de la posición general de no compromiso por parte de los congresistas cubano-americanos de extrema derecha y la mayoría de los exiliados de la primera generación en el “Estado del Sol,” hay indicios de que su obstinación está siendo reemplazada por factores de tipo demográficos.

Las elecciones presidenciales del 2012 proporcionaron una visión de esa perspectiva. Cerca del 50 por ciento de los cubano-americanos votaron por Obama, el más alto índice que el Partido Demócrata hubiera recibido hasta ese momento. Votaron no solo por los temas nacionales, sino porque percibieron una moderación por parte de Obama hacia la patria de sus padres. Los inmigrantes cubanos de los últimos veinte años están a favor de políticas de compromiso con la isla, y que les permitan viajar para visitar a amigos y familiares. Puede que no apoyen al gobierno de Castro, pero la mayoría rechaza la actitud republicana de mantener e incrementar los aspectos punitivos del bloqueo.

Un incidente en específico arroja luz sobre el cambio en el patrón político. El representante republicano de Florida a favor del embargo, David Rivera, fue derrotado en la puja por su reelección frente al cubano-americano Joe García. García es el  antiguo jefe de la Fundación Nacional Cubano-Americana propugnó una posición más moderada, a favor de los viajes familiares y un acercamiento a Cuba en respuesta a las reformas. Aunque Rivera también se vio obstaculizado por denuncias de mala conducta en el ejercicio del cargo, la posición progresista de García facilitó que los votantes cubano-americanos le apoyaran en el circuito electoral del sur de Florida.

Mientras la extrema derecha, la mayoría de ellos políticos republicanos cubano-americanos, continúa en su posición extrema, incluyendo a aquellos que tratan de volver a las restricciones de viajes y alterar la Ley de Ajuste Cubano para castigar a quienes viajan a Cuba, la generación de votantes más jóvenes puede que se vuelvan en su contra en favor de un nuevo acercamiento más contentivo de lógica. No hay razones para pensar que esta tendencia no se mantendrá durante las próximas elecciones en Estados Unidos en el 2014 y 2016, cuando los partidarios de la línea dura enfrentarán el reto de los moderados quienes se percatan de la dirección en la tendencia del voto. Si los políticos cubano-americanos a favor del fin del bloqueo toman el control de la política, como lo han hecho los partidarios del embargo durante los últimos 20 años, se le facilitará al Congreso estadounidense la lucha por una legislación a favor de la normalización. El Congreso recibió el control del embargo a finales de los años 90 y es en ese escenario que el mismo tendrá su fin. El fin del embargo contra Cuba puede simplemente ser una cuestión de tiempo cuando tomen el poder las nuevas generaciones de artífices de la política con actitudes más progresistas y reconciliadoras.

La Habana ha mostrado su compromiso con la modernidad. El hecho de que las reformas, que el gobierno cubano ha llevado a cabo en los últimos años, hayan recibido una respuesta tan vaga por parte de Washington es clara evidencia de que esta ilógica hostilidad contra Cuba nada tiene que ver con las reformas de la isla, sino que todo está relacionado con la incapacidad de la potencia del norte para adentrarse en el siglo XXI. El embargo y todos los elementos componentes del bloqueo echan por tierra cualquier explicación lógica; los mismos privan a las empresas estadounidenses (con algunas excepciones en el sector agrícola) de un importante mercado, así como rechazan la entrada de productos cubanos. El bloqueo contradice, de manera directa, la imagen estadounidense de libertad al negarles a sus ciudadanos el derecho de viajar a la isla. Hace caso omiso de la opinión internacional, hecho demostrado cada año en las votaciones abrumadoras en las Naciones Unidas en contra del embargo. En 2012, el resultado fue de 188 países condenando el bloqueo, y solo los Estados Unidos, Israel, e Islas Palau a favor.

Resulta difícil negar el significativo impacto que están teniendo los cambios en el gobierno cubano y sus ciudadanos. En Florida, el apoyo político y económico al bloqueo por parte de la primera generación de exiliados está cediendo ante la posición más razonable sostenida por la comunidad de nuevos cubano-americanos. En este cambio reside un potencial para ponerle fin a la fracasada y contraproducente política estadounidense de más de cinco décadas.

Keith Bolender es Research Fellow en el Consejo de Asuntos Hemisféricos, periodista independiente, y autor de “Cuba Under Siege: American Policy, the Revolution and its People” (“Cuba bajo asedio: la política estadounidense, la Revolución y su pueblo,” Palgrave McMillan, 2012).

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